martes, 28 de mayo de 2013

No tiene ningún sentido intentar entender a Penderecki. O inundas su música, o ella te inunda a ti, y sin duda la mejor experiencia de todas es dejar que te inunde, se apodere de tu consciencia y tome una forma fantasmagórica, suprema en todos los sentidos, que arroje un poco de luz, y que se vaya tan tranquila como ha llegado a este mundo.
Ruidos, solo eran ruidos. Ahora siguen siendo ruidos. Ruidos inteligentemente coordinados y sincopados. Ruidos magnificentes, y uno debe escuchar para depurar esos sinsentidos, y encontrar un manjar de diversión intelectual y sentimental que se encuentra muy por encima de cualquier cosa antes vista.
Vimos una revolución con la Consagración del 13, pero ésta es otro tipo de revolución, la del polimorfismo del pequeño Penderecki.

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